En relación a las últimas declaraciones y entrevistas realizadas por el Premio Nacional de Historia profesor Gabriel Salazar, quisiera comentar algunas cosas:
Primero que todo, mi más sincero respeto a la larga trayectoria del profesor y su trabajo como historiador, cuya rigurosidad investigativa y aporte al país no pongo en duda. Sin embargo, dicha consideración no disminuye mi incomodidad ante comentarios que poseen un claro sesgo machista cuando se refiere a mi persona así como descalificaciones a la profesión de los geógrafos, insinuando que es una carrera menos reflexiva o muy acotada, cosa que no comparto en lo absoluto.
Primero que todo, mi más sincero respeto a la larga trayectoria del profesor y su trabajo como historiador, cuya rigurosidad investigativa y aporte al país no pongo en duda. Sin embargo, dicha consideración no disminuye mi incomodidad ante comentarios que poseen un claro sesgo machista cuando se refiere a mi persona así como descalificaciones a la profesión de los geógrafos, insinuando que es una carrera menos reflexiva o muy acotada, cosa que no comparto en lo absoluto.
Me parece positivo que el debate ponga sobre la mesa cuestiones fundamentales a discutir en este momento histórico como el rol de los movimientos sociales, la relación del Partido Comunista de Chile (y de los partidos de izquierda en general) con esos movimientos, el papel de la juventud comunista al interior del partido, la disputa (o no) del poder político en la esfera institucional, el cambio en la institucionalidad misma y la vetusta discusión sobre la “vieja” y la “nueva” forma de hacer política. Cosas ante las cuales quisiera yo también hacer una reflexión.
Sin duda alguna que uno de los principales logros del movimiento del 2011 fue la capacidad de hacer volver la política a las calles, los hogares, los liceos, las universidades, las plazas públicas, los lugares de trabajo. El 2011 se logró recuperar la política de su secuestro institucional que le ha impuesto el neoliberalismo y re significarla como opción legítima de los movimientos sociales. Hoy nadie puede dudar que el movimiento estudiantil y social ha sido profundamente político y ha logrado, por primera vez desde el retorno de la democracia, instalar con fuerza la conciencia sobre las perversidades del modelo neoliberal, mercantilizador de la vida y lo espurio de una institucionalidad política que requiere con urgencia ser superada.
Esto queda más que demostrado en el rechazo generalizado al lucro en la educación y también en otros aspectos de la vida social como la salud o la previsión; en cómo ha quedado en evidencia un modelo económico que genera crecimiento empobrecedor dado su patrón acumulativo y abusivo; y en la muestra de los impedimentos que esta institucionalidad, sumamente presidencialista y con un parlamento binominalizado, genera para los posibles avances en las reivindicaciones del movimiento social.
La crisis de representatividad del sistema político se debe a que ya por más de tres décadas no ha sido capaz de dar respuestas a las necesidades del mundo social, debido al eterno privilegio de resguardar los intereses de los grandes empresarios nacionales y trasnacionales. A su vez, el duro cuestionamiento a los partidos políticos del sistema es por haber mantenido y utilizado esa institucionalidad política para privilegiar a ciertos sectores y beneficiarse de paso, del modelo neoliberal y sus “bondades” económicas.
Si logramos comprender bien el cuestionamiento que hacen la ciudadanía y el movimiento social, éste no es a la institucionalidad o a los partidos políticos per sé, por el mero hecho de ser institucionalidad, sino a una institucionalidad antidemocrática y profundamente neoliberal sustentada por partidos, o más bien coaliciones, que han sido funcionales al mantenimiento y profundización del modelo heredado de la dictadura.
Esto queda claro cuando constatamos que numerosos sectores del movimiento estudiantil están trabajando por constituirse como partido; que muchos jóvenes entran a militar en las filas de las juventudes comunistas o de otras juventudes políticas; e inclusive, que muchos jóvenes y dirigentes de asambleas ciudadanas se levantan como candidatos a concejales o alcaldes, desde distintas trincheras políticas, para cambiar las reglas del juego dentro del poder institucional local. Caracterizar en un conjunto homogéneo apartidista y meramente asambleísta al movimiento social (asambleísmo que, como fin en sí mismo, cae muchas veces en prácticas antidemocráticas), es de sumo equivocado e irresponsable, así como lo es también el reduccionismo de que lo joven es puro y bueno y lo viejo es sucio y corrupto.
En este movimiento de construcción histórica no sólo han participado activamente jóvenes y no tan jóvenes con convicciones, sino también independientes y militantes de partidos y colectivos de izquierda que no necesariamente se organizan bajo una estructura meramente horizontal. Por lo mismo, señalar que el movimiento debe prácticamente “limpiarse” de sus militancias y abandonar la “vieja” política es, además de un discurso agotado de larga data histórica en los debates del mundo social, pretender eliminar una parte importante del mismo movimiento social. Dicho discurso desvalora el importante trabajo que miles de jóvenes militantes de la jota y de otras agrupaciones políticas de izquierda han venido realizando durante muchos años por el movimiento social, instándolo a debatir, politizándolo.
Soy una convencida de que la democracia es el gobierno del pueblo. Creo importante superar esa visión de que todo es blanco o negro, de que o se trabaja fuera de la institucionalidad política o se trabaja dentro de ella. Si queremos radicalizar nuestra democracia y construir real soberanía política y económica, no podemos simplemente fortalecer al movimiento social de espaldas o al margen de la institucionalidad política a la que el profesor llama mañosamente "clase" política, porque esa institucionalidad intacta seguirá operando sin nosotros y contra nosotros gracias a que le hemos delegado esa responsabilidad por omisión. La "clase" política de la que tanto hablan algunos, no es más que un espacio en disputa entre distintos segmentos de clase.
Construir movimiento social sin irrumpir en la esfera política esperando pasivamente que tengamos las condiciones suficientes para hacer la revolución, es a lo menos una irresponsabilidad de quienes de pueden esperar desde una cómoda posición e intervenir intelectualmente de vez en cuando. Si de manera exclusiva aplicamos hoy esa vieja receta -construir desde la marginalidad y en la marginalidad - se nos pueden pasar muchos años, en los cuales unos pocos seguirán apropiándose de riquezas que le pertenecen a todos. La crisis de la salud pública y la educación pública requieren actuar con cierta inmediatez y no en décadas más. Aquí nadie quiere caer en la impaciencia, pero debemos tener un sentido de urgencia que nos haga avanzar con paso firme pero rápido, porque se requieren soluciones ahora.
Lo que el movimiento social necesita para hacer los cambios es presionar y construir desde dentro y desde fuera de la institucionalidad política, en un proceso dialéctico. Un movimiento social debe irrumpir en la esfera política para superarla, no para administrarla. No debemos permitir que sigan siendo los mismos los que nos “representen” y que sean los mismos a quienes todos los años debamos ir a exigirles los cambios que sabemos que no harán, porque están diametralmente en desacuerdo con nuestros planteamientos.
Lo que necesitamos para profundizar nuestra democracia en base a lo que ha venido señalando el movimiento social, desde Arica a Magallanes, es una gran alianza social y política, no para que los partidos representen simplemente a los movimientos sociales, sino para que les permitan participar directamente en la esfera del poder. Una alianza que resguarde la independencia y la autonomía de los movimientos sociales, pero que posibilite la construcción y aplicación conjunta de un programa de transformación social.
Por último, quisiera aclararle al profesor Salazar que los jóvenes comunistas no militamos para ser manipulados o “utilizados” para los fines de los “viejos” del partido. Los jóvenes comunistas militamos porque tenemos la clara convicción de que Chile necesita profundas transformaciones y que aquellas transformaciones debe hacerlas el ser humano a través de la organización y la acción colectiva. Entendemos a nuestro partido como una parte activa del pueblo chileno y no como un ente externo a él. Por eso en estos 100 años de historia hemos sido y seguiremos siendo parte vital de los movimientos sociales y del pueblo organizado más allá de lo coyuntural. Nunca hemos necesitado dejar nuestra militancia para trabajar codo a codo con los movimientos sociales y el actual escenario político tampoco nos llama a eso sino a todo lo contrario: fortalecer aún más nuestro debate al interior del partido, hacerlo más dinámico, poniendo más convicción y energía al esfuerzo que día a día desarrollamos para construir un mejor Chile para todos y para todas.
Fuente: Blog Camila Vallejo Dowling
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